¡Cómo se nota que ya no tengo vacaciones! Últimamente no escribo mucho en mi blog, y hoy vuelvo a hacerlo para publicar un cuento que conocemos todos, Caperucita Roja. Sólo que esta vez estará contado desde otro punto de vista, desde el punto de vista del lobo, porque, al fin y al cabo, todos merecemos la oportunidad de ser los buenos en un cuento, aunque sólo sea de vez en cuando.
Aquella mañana el lobo se despertó con dolor de cabeza. Una vocecilla chillona cantaba a voz de grito por el camino, despertándole de su maravilloso sueño, donde soñaba que era un lobo rico que tenía 5 comidas al día, todas ellas abundantes de carne, de todo tipo cocinada: en salsa, asada, frita, con papas... ¡Incluso cruda se la comía! En fin, que en ese mismo momento, el lobo se sentía muy molesto con Caperucita Roja, que era quien cantaba por el camino, y no sólo ese mismo día, pues este suceso ocurría todas las mañanas. Enfadado, decidió salir hacia donde se encontraba Caperucita y comérsela de una vez por todas.
Y aquí es dónde pasa todo lo que nosotros ya conocemos: el lobo le indica a Caperucita el camino más largo y el va por el más corto para comerse a abuela (ya que se va a comer a Caperucita, ¿por qué no tener postre?). El lobo llegó a casa de la abuelita antes que Caperucita y la engañó para zampársela después, acto seguido, se acostó en la cama de esta para hacer lo mismo con su nieta.
Pero esta vez no llegó ningún cazador para salvar a ambas chicas de la barriga del lobo, no, esta vez Caperucita y su abuela se salvaron de otra manera, como el lobo estaba algo malito (por eso le dolía la cabeza), vomitó, escupiendo así su almuerzo. El lobo, admitiendo que aunque no hubiese cazador no podía comerse a Caperucita Roja, decidió hacer su cabaña lo más lejos posible del camino para no volverse a despertar escuchando la desagradable vocecilla de la niña. Pero, ¡ojo!, si a Caperucita se le ocurre acercarse cantando a la guarida del lobo, puede estar segura de que no escapará con vida.
Pero esta vez no llegó ningún cazador para salvar a ambas chicas de la barriga del lobo, no, esta vez Caperucita y su abuela se salvaron de otra manera, como el lobo estaba algo malito (por eso le dolía la cabeza), vomitó, escupiendo así su almuerzo. El lobo, admitiendo que aunque no hubiese cazador no podía comerse a Caperucita Roja, decidió hacer su cabaña lo más lejos posible del camino para no volverse a despertar escuchando la desagradable vocecilla de la niña. Pero, ¡ojo!, si a Caperucita se le ocurre acercarse cantando a la guarida del lobo, puede estar segura de que no escapará con vida.
Elena: La paradoja que has escrito sobre el cuento de Caperucita está muy buena, sigue escribiendo que me encanta como lo haces.
ResponderEliminarmuy bueno gracias me ayudo con la tarea
ResponderEliminaresta feo el cuento
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